El presidente diocesano de la Hermandad Obrera de Acción Católica reflexiona sobre la economía al hilo de la exhortación apostólica Dilexi te del papa León XIV.
Mientras sigamos viviendo en un sistema económico que se basa en la ganancia de unos pocos y donde la mayoría se queda lejos de poder disfrutar de un bienestar que proporcione lo necesario para poder llevar adelante un proyecto de vida libremente elegido, habrá que denunciar la forma que hemos creado para organizar nuestra economía. Por dos motivos:
- En primer lugar por vivir de unas ideologías falsas que lo sustentan: la creencia de que los mercados son autónomos y por ellos mismos se pueden regular; y la obstinación de negar al Estado el control de la economía para que pueda alcanzarse el bien común.
- En segundo lugar, de forma más grave, esta economía mata: al basarse en la competitividad y la meritocracia, el otro es visto como un adversario, matando así a la persona; genera hambre y pobreza en la que según el informe Foesa hay más de ocho millones de personas que han caído; pervierte el sentido del trabajo que en vez de ser parte de nuestra identidad se convierte en una carga insoportable que no goza de derechos ni de decencia que permita una vida digna; genera espacios vitales que matan la convivencia en ciudades que se han entregado a la especulación y al beneficio a toda costa; mata la esperanza de las personas que se conforman con lo que viven y que repiten que no se puede hacer nada como si fuera un mantra.
Por eso el papa León XIV en Dilexi te en el nº 92 nos recuerda que hay que “seguir denunciando esta economía que mata” para poder recuperar la dignidad de la persona aquí y ahora. Esa debe ser nuestra tarea, una labor que ha de apelar nuestras conciencias. Y para aquellos que piensen que este asunto no le corresponde a la Iglesia, que lean despacio la Biblia, de modo especial a los profetas, que recojan la tradición de los Santos Padres y del Magisterio De la Iglesia, especialmente de la Doctrina Social. Denunciar es ejercer nuestra dimensión profética y la mejor forma es testimoniar ya, desde la propia Iglesia, que es posible construir una economía que respete la dignidad de las personas y la búsqueda del bien común.
