Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Misa del Alba de la Cofradía del Cautivo previa a su traslado hacia su casa hermandad.
MISA DEL ALBA DE LA COFRADÍA DEL CAUTIVO
(Parroquia San Pablo-Málaga, 23 marzo 2024)
Lecturas: Ez 37, 21-28; Sal: Jr 31, 10-13; Jn 11, 45-57.
Cristo, el Hombre nuevo
1.- Hemos escuchado en la lectura bíblica que el profeta Ezequiel anuncia el regreso de los desterrados del pueblo de Israel, para reconducirlos a su tierra: «Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon» (Ez 37, 21).
El destierro y la diáspora habían contagiado sus prácticas religiosas, dando culto a los falsos dioses de otras ciudades y de otras culturas. El regreso a la patria suponía volver a adorar al único Dios de Israel, sin contaminarse con sus ídolos (cf. Ez 37, 23).
Volver a servir al Dios único y verdadero era garantía de cumplir los preceptos divinos bajo la égida de un solo pastor; ese pastor será nuestro Jesús-Cautivo: «Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos» (Ez 37, 24). Esta profecía se hace presente hoy; puesto que nuestro único pastor es Jesús. Caminemos con él y cumplamos lo que él nos manda para vivir mejor aquí y poder disfrutar de la vida eterna.
El regreso y el cumplimiento de los preceptos divinos era también garantía de vivir mejor y de tener descendencia abundante, haciendo una alianza de paz (cf. Ez 37, 26). Firmemos con Jesús-Cautivo, una alianza de paz; una alianza de amor.
2.- El Señor Dios, que ofreció antaño una alianza a su pueblo Israel y le prometió estas bendiciones, nos otorga hoy a nosotros su nueva alianza, sellada y rubricada con la sangre de Jesús-Cautivo. Las bendiciones que nos ofrece son infinitamente mejores que las que ofreció al antiguo pueblo de Israel.
A aquellos les ofrecía paz, descendencia abundante y bienes materiales. A nosotros, además de lo material que necesitamos para vivir, nos ofrece los bienes del cielo: el perdón, la misericordia, el amor, la vida eterna. Todo ello nos viene a través del único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo; no hay otro.
Aunque veamos al Cautivo maniatado, él nos libera de la verdadera esclavitud del pecado; aunque lo veamos torturado y su rostro desfigurado, él nos ofrece la sanación; aunque parezca un reo condenado, nos da la alegría del perdón y de la libertad; y aunque lo contemplemos que va conducido a la muerte por nosotros, él nos otorga la vida eterna.
Para ello es necesario que abandonemos los ídolos falsos, que no ofrecen salvación al ser humano; y volvamos nuestra mirada y nuestro corazón a Dios misericordioso; al Hijo de Dios, a Jesús-Cautivo y a su Madre santísima.
3.- Con Jesús, Hijo del Padre, llegó el Reino de Dios. Es decir, la novedad más profunda, más sanadora y más radical de la historia de la humanidad. La gran novedad es la persona de Jesús y la salvación que él nos trae. La venida de Jesucristo al mundo ha sido un acontecimiento único en la historia del ser humano; nada ni nadie se le puede comparar en toda la historia. Queridos fieles, esto es lo que profesamos y celebramos en la Semana Santa.
El Mesías no se coloca fuera de la historia de los hombres, sino que se hace solidario asumiendo la realidad pecadora y desastrosa de nuestra naturaleza humana. Jesús entra en el movimiento penitencial de su pueblo, dejándose bautizar por Juan; se deja envolver por la lucha entre el bien y el mal, aceptando las tentaciones que caracterizan al ser humano; cura, sana y amaestra a su pueblo con sus enseñanzas y milagros; y, finalmente, se entrega voluntariamente a la muerte por la salvación de todo el género humano. También por ti y por mí, querido fiel cristiano y querido cofrade.
Entrando en el dinamismo de nuestra historia, Jesús-Cautivo se hace solidario de nuestra humanidad (cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 38). Pero su historia no termina con su muerte en cruz; sino que culmina con su resurrección, a la que nos conduce a todos nosotros.
Queridos fieles, estamos llamados por Jesús-Cautivo, el “Hombre nuevo”, a participar en una vida nueva, luminosa, alegre y resucitada, que trasciende las fronteras de este mundo temporal. ¡No os quedéis en lo superficial y terreno! ¡No miréis de tejas a bajo! ¡Mirad más allá, donde no miran muchos coetáneos nuestros! ¡Abandonemos la mirada miope y alcemos la vista hacia la eternidad, que nos espera! Vivamos renovados por el “Hombre nuevo”, Jesús-Cautivo.
4.- Jesucristo es el “Hombre nuevo” por medio del cual se esclarece el misterio del ser humano. “El que es imagen de Dios invisible (cf. Col 1, 15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22).
El hombre cristiano, conformado y configurado con la imagen de Jesús-Cautivo, que es el Primogénito de la humanidad, recibe los dones del Espíritu (cf. Rm 8, 23), que le capacitan para cumplir la ley nueva del amor; y por medio de este Espíritu, prenda de la herencia (cf. Ef 1, 14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (cf. Rm 8, 23); y no solo de lo que llamamos “alma”, porque el ser humano forma una unidad integral.
5.- El cristiano y cofrade, una vez restaurado y renovado interiormente, debe reflejar esta renovación en la sociedad y en la cultura, para restaurarlas, transformarlas y desarrollarlas a la luz del evangelio (cf. Concilio Vaticano II, Ad gentes, 21). Hemos recordado que el pueblo de Israel, cuando va al destierro, asimila la cultura y acoge a los dioses falsos de esa sociedad. ¡No asimilemos los dioses falsos de nuestra sociedad! ¡Purifiquémonos de esos diosecillos!
¡Hermosa tarea tenemos, queridos fieles! Sois necesarios en la sociedad, porque la hacemos mejor. El cristiano tiene la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección. Esa es nuestra fe; por eso estamos hoy aquí, celebrando esta eucaristía.
Este es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. En Cristo Jesús, el “Hombre nuevo”, se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo, resucitando, destruyó la muerte y nos dio la vida, para que podamos clamar en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre! (cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22).
Ante la cercanía inminente celebración de la Semana Santa, sigamos el ejemplo y los pasos de Jesús-Cautivo. No tengamos miedo en seguirle, porque él nos ofrece vida; y nuestra vida y la muerte temporal adquieren nuevo sentido.
Pedimos a María Santísima de la Trinidad que nos acompañe de su mano maternal para seguir al Señor, caminando juntos en comunidad. Amén.