Ordenación de diáconos (Catedral-Málaga)

Escrito el 19/10/2024

Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Eucaristía celebrada en la Catedral con motivo de la ordenación de tres diáconos el 19 de octubre de 2024.

ORDENACIÓN DE DIÁCONOS

(Catedral-Málaga, 19 octubre 2024)

Lecturas: Ef 1, 15-23; Sal 8, 2-7; Lc 12, 8-12. (Tiempo Ordinario XXVIII - Sábado)

La Palabra de Dios, luz del mundo

1.- Ordenación de tres diáconos

Damos gracias hoy a Dios, queridos candidatos al diaconado, pidiéndole que os conceda conocer, como dice san Pablo: «La extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros» (Ef 1, 19), que habéis sido llamados al servicio eclesial. 

Servir es reinar en Cristo; el reino de Cristo, no el de los hombres. Él os ha elegido para ser sus voceros, que proclamen su Palabra de vida y la expliquen a sus hermanos.

Nos congratulamos por el regalo de estos tres jóvenes, Antonio, José-Francisco y José-Ignacio, que hoy reciben el sacramento del Orden en el grado del Diaconado para el servicio de la Iglesia. Ellos son nuevos mensajeros del Verbo Encarnado, nuevos profetas de su misterio salvador, nuevos misioneros de esperanza. Vais a ser ordenados diáconos a las puertas del Jubileo de 2025, cuyo lema es «Misioneros de Esperanza»; y, si Dios quiere, seréis ordenados presbíteros en pleno Jubileo de los misioneros de Esperanza. Este acontecimiento va a marcar vuestro ministerio.

Hoy recibiréis el don de la unción sagrada para ser ministros de Jesucristo, haciendo consagración personal en pobreza, castidad y obediencia, cuyo denominador común es la entrega plena al Señor, que debe llenar vuestra vida. ¡No busquéis sucedáneos, que no sacian ni llenan la vida! 

Cada uno de vosotros, llamados por Dios para servirle, ha realizado un proceso personal. Y coincide que ninguno de vosotros tenía inicialmente la intención de ser sacerdote; cada uno iba buscando su vocación o su profesión; pero Dios os salió al encuentro y os eligió para confiaros esta hermosa misión, dejando el proyecto de vida que teníais iniciado.

Me dirijo ahora a todos los jóvenes: ¡Estad atentos a la llamada del Señor y no hagáis oídos sordos! Abrid vuestro corazón a la voz de Dios, que os quiere confiar la gran misión de ser sus pregoneros en esta sociedad y en esta época, que no escucha su Palabra.

2.- Conocer las Sagradas Escrituras 

Vais a recibir en breve el diaconado para anunciar la Palabra de Dios. Ella debe llenar vuestro corazón de su luz, para poder transmitirla. Leed asiduamente la Palabra del Señor y meditadla; creed lo que habéis leído, enseñad lo que habéis aprendido de la fe y vivid lo que habéis enseñado, como dice el Ritual de Ordenación, cuando el obispo hace entrega del libro de los Evangelios.

Sea la Palabra de Dios vuestro alimento y el del pueblo que se os confía, porque sois servidores de la Palabra. Como exhorta el Concilio Vaticano II: “Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que, como los diáconos y catequistas, se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte ‘predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior’ [San Agustín, Sermo 179, 1], puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina” (Dei Verbum, 25). Es un proyecto precioso.

3.- La Palabra de Dios es luz para todo hombre

Los diáconos ejercen el ministerio de la Palabra, que es luz para todo hombre. Dios se ha manifestado en Jesucristo, a quien reconocemos como Palabra viva del Padre y como luz del mundo, como dice el Prólogo de San Juan: «El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo» (Jn 1, 9). 

San Máximo Confesor comenta al respecto: “Al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza (...). Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo)” (Cuestión 63, a Talasio.).

A los diáconos se os confía la proclamación y la predicación de la Palabra de Dios, que es Jesucristo. 

4.- No ocultar la Palabra de Dios

La Palabra de Dios no puede quedar oculta bajo el celemín, porque no «se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa» (Mt 5, 15). Al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la casa, es decir, de la Iglesia como sacramento universal de salvación (cf. (Concilio Vaticano II, Ad gentes, 1). 

Pero la Palabra divina queda aprisionada debajo del celemín, cuando se toma solo la letra sin su espíritu, cuando quien debe proclamarla y explicarla expone solo sus ideas y pensamientos, cuando se lee sin fe y sin amor, cuando se esconde el verdadero sentido salvífico de la misma, cuando no se medita ni se reza, cuando se toma como instrumento para defender los propios posicionamientos; existen muchos más modos de aprisionar y tapar la Palabra. ¡Mucha atención, queridos nuevos diáconos y también queridos sacerdotes! ¡No aprisionemos la Palabra de Dios, no la escondamos, no la usemos como instrumento en favor personal! Tampoco deben hacerlo los fieles laicos, religiosos y catequistas.

Coloquemos la Palabra divina sobre el candelero, es decir, explicándola e interpretándola como dice la Iglesia, como la explica el magisterio. De ese modo, iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.

Los diáconos sois, pues, candeleros que sostienen la Palabra y llevan la luz de Dios a los hombres. Ésta es vuestra misión principal.

5.- En este domingo celebramos el DOMUND, Día Mundial de la Propagación de la fe, con el lema: “Id e invitad a todos al banquete”. El Señor nos ha dicho en el evangelio que «todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12, 8). 

Vayamos, pues, por los caminos de la vida invitando a todos al banquete de la Palabra salvadora y de la Eucaristía, que es Cristo; y seamos nosotros también partícipes de ese banquete que alimenta nuestra alma hasta la vida eterna.

Los evangelizadores que anuncian la palabra de Dios en medio del mundo, tienen que hacerse discípulos en la acogida de la Palabra. Deben acogerla en la mente y en el corazón, para que vaya transformando su forma de pensar y de amar, sus relaciones humanas y su forma de vivir. Ahí tenemos todos los fieles una gran tarea.

La Virgen María, maestra en la tarea de evangelización, llamada también por el papa Juan Pablo II «Estrella de la Evangelización», nos ayude a todos a llevar a cabo la misión que la Iglesia nos confía; y hoy, de modo especial, a vosotros, queridos diáconos. Amén.