Homilía de Mons. Jesús Catalá con motivo de la Solemnidad del Corpus Christi

«CORPUS CHRISTI»

(Catedral-Málaga, 2 junio 2024)

Lecturas: Ex 24, 3-8; Sal 115, 12-18; Hb 9,11-15; Mc 14, 12-16.22-26.

Encarnación y Eucaristía

1.- La alianza que hizo Dios con su pueblo Israel, mediante sacrificios de animales, como hemos escuchado en el libro del Éxodo (cf. Ex 24, 3-8), culminó con la nueva Alianza sellada en la cruz con el sacrificio de Cristo, que nosotros celebramos y actualizamos en la Eucaristía, memorial del misterio pascual del Señor.

El evangelista Marcos nos ha recordado la última Cena: «Mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, esto es mi cuerpo»» (Mc 14, 22). Después tomó una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 24). 

Jesús se entrega en obediencia al Padre y nos invita a entregar nuestra vida. Participar de la Eucaristía implica ofrecernos con Cristo en ofrenda al Padre.

2.- La carta a los Hebreos expresa la actitud orante de Cristo Jesús ante el Padre con estas palabras: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo (…) para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad»(Hb 10, 6-7). 

El sacrificio agradable al Padre en la nueva etapa histórica de salvación se inicia con la Encarnación del Verbo, como nos recuerda el apóstol Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4, 4); vino al mundo para rescatar a los que estaban bajo la ley y para que pudieran recibir la filiación adoptiva (cf. Gal 4, 5). 

La plenitud de los tiempos se identifica con el misterio de la Encarnación del Verbo, Hijo consustancial al Padre, y con el misterio de la Redención del mundo. Jesucristo ofrece su vida en sacrificio mediante la escucha obediente a Dios-Padre y por la adhesión radical y filial a su voluntad. 

El Verbo eterno se hace hombre, asumiendo la naturaleza humana y poniendo su tienda entre los hombres (cf. Hb 9, 11). Esto hará posible su oblación en la cruz; porque sin cuerpo humano y sin naturaleza humana no habría sido posible el sacrificio de Cristo. La Eucaristía es la oblación redentora de Jesucristo. 

Cristo viene a habitar entre los hombres; y no solo habita en el tiempo desde su concepción hasta su muerte; sino que quiere quedarse de manera permanente. La presencia de Dios entre los hombres inicia en la Encarnación y permanece sacramentalmente hasta el fin de los tiempos.

3.- El evangelista Juan, en su Prólogo, sintetiza en una sola frase toda la profundidad del misterio de la Encarnación: «La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (1, 14). ¡Demos gracias al Señor que quiso encarnarse, poner su tienda entre nosotros; y ha querido permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos!

Como nos recuerda al papa Juan Pablo II, “el Hijo de Dios se ha hecho hombre, asumiendo un cuerpo y un alma en el seno de la Virgen, precisamente por esto: para hacer de sí el perfecto sacrificio redentor. La religión de la Encarnación es la religión de la Redención del mundo por el sacrificio de Cristo, que comprende la victoria sobre el mal, sobre el pecado y sobre la misma muerte” (Tertio millennio adveniente, 7).

Como Sumo sacerdote de la nueva Alianza Jesús «penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna» (Hb 9, 12). 

Cristo se ofreció a sí mismo en oblación al Padre para obtener la salvación de todos los hombres. Se ofreció como víctima sin tacha, purificando a la humanidad y rindiendo culto a Dios vivo (cf. Hb 9, 14). 

Con su Encarnación Él «es mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera Alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida» (Hb 9, 15). 

Demos gracias a Dios por esta fiesta del “Corpus”, de la presencia real de Cristo entre nosotros, que se nos da en alimento para el camino, en pan de vida eterna.

4.- En la solemnidad litúrgica del “Corpus Christi” celebramos también el “Día de la Caridad”; es decir, la llamada a poner sobre el altar lo que somos y tenemos, para que los necesitados experimenten el amor cristiano.

El lema de la campaña de este año «Juntos abrimos camino a la esperanza» nos invita a continuar la misión que inició Jesús. Caminar juntos es una tarea comprometida, ardua y diaria, que conlleva responsabilidad, coherencia y cercanía con las personas. 

Juntos, como comunidad reunida en torno al Cuerpo y a la Sangre del Señor, podemos extender la mano a quienes enfrentan dificultades y pasan necesidad, ofreciendo nuestro apoyo, amor y esperanza. En cada gesto de caridad, en cada acto de compasión, estamos construyendo un camino hacia un futuro mejor. 

Reconocemos la labor de los miles de voluntarios y donantes que dedican su tiempo, dinero y ponen su corazón al cuidado de los demás. Pedimos al Señor que les recompense abundantemente, como Él sabe hacerlo.

5.- La fiesta de “Corpus Christi” nos recuerda la presencia real de Jesús en medio de nosotros; animándonos a compartir, a abrir camino a la esperanza y a estar cerca de quienes sufren. 

Queremos promover el compromiso de la comunidad cristiana y de la sociedad en la defensa de la dignidad de las personas más necesitadas y vulnerables, alzando nuestra voz para denunciar derechos pisoteados y para anunciar la buena noticia. 

Queremos construir “comunidades acogedoras y misioneras”, que entiendan la riqueza que aporta la diversidad cultural y salir al encuentro de las personas, especialmente de las más necesitadas. 

6.- Hoy se nos invita a la adoración eucarística, a rendir nuestra mente y nuestro corazón ante el misterio del amor de Cristo, velado bajo la cortina de las especies sacramentales. Vemos pan material, bajo cuya forma se oculta la presencia real y sacramental del Señor. Por eso lo adoramos.

Al finalizar la Eucaristía saldremos por las calles de Málaga, cantando, alabando y adorando a Jesucristo Sacramentado. ¡Demos testimonio de fe viva y de compromiso con los más necesitados!

Estamos llamados, junto con todas las criaturas, a cantar, bendecir, alabar y adorar al Señor sacramentado, a la vez que a extender nuestras manos generosas hacia quienes viven en soledad, padecen hambre o sufren enfermedad.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos acompañe, intercediendo por nosotros para que estemos atentos a las necesidades de nuestros hermanos y seamos prontos a cubrirlas. Amén.