Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Misa en sufragio de Paloma Lucena Calvet, hija de Juan y Maria del Carmen

MISA EN SUFRAGIO DE PALOMA LUCENA CALVET, HIJA DE JUAN Y MARÍA DEL CARMEN

(Parroquia de Santos Mártires – Málaga, 6 abril 2024)

Lecturas: Hch 4, 1-12; Sal 117, 1-2.4.22-27a; Jn 21, 1-14.

1.- Testimonio valiente de los apóstoles

En los primeros tiempos de Iglesia naciente los apóstoles daban testimonio con mucho valor de la resurrección de Jesús (cf. Hch 4, 2). Por ese motivo eran perseguidos y encarcelados (Hch 4, 2-3).

Muchos de los que escuchaban su testimonio y su discurso se convertían a la fe (cf. Hch 4, 4). 

Las autoridades, religiosas y civiles, hicieron comparecer a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarles por haber curado a un paralítico: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?» (Hch 4, 7). 

Los apóstoles, llenos de Espíritu Santo, respondieron: «Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre» (Hch 4, 9). 

2.- Nuestro testimonio de la resurrección

Los cristianos creemos en la resurrección del Señor y en la nuestra, unida a la suya. Ahora nos toca a nosotros dar testimonio en esta sociedad, como entonces lo hicieron los discípulos al inicio de la Iglesia.

Nuestra hermana Paloma ha pasado ya por la muerte temporal, unida a la muerte de Cristo por el bautismo. Dios le concedió la vida, a través de sus padres; le confirió la filiación divina en las aguas bautismales; creció como persona alcanzando diversas metas personales, familiares y profesionales. Por todo ello damos gracias a Dios, al igual que el libro de los Proverbios elogia a la “mujer fuerte” (cf. Prov 31, 10-31). La conclusión es que lo importante es el final de la vida; porque lo terreno y la belleza se acaban; poner el corazón en el Señor es lo más importante.

El destino final de los hijos de Dios no es quedarse en este mundo, sino compartir con él la eternidad. El Señor se la llevó, después de una larga enfermedad el día de Viernes Santo, cuando celebrábamos la muerte de Jesús. Tal vez fue un gesto de amor que hizo el Señor con ella; la asoció a la celebración de su muerte, para asociarla a la celebración de su resurrección.

Ahora ella goza de la resurrección en la vida eterna. No podemos afligirnos como los que no tienen fe; estamos celebrando ahora el triunfo de Cristo sobre la muerte y profesamos nuestra esperanza en la resurrección.  

3.- Solo puede salvar Jesucristo

Jesucristo es el único salvador; no hay más salvadores de lo esencial. Puede haber muchas propuestas humanas para resolver problemas; pero el gran misterio es la vida, tanto temporal como la eterna.

Los problemas, como dice el término griego (pro-ballo), están delante de mí, pero no forman parte de mí; están fuera y los puedo resolver. Los misterios (vida, muerte, dolor, eternidad) no se resuelven, sino que se viven. El amor no es un problema; es un misterio que hay que vivir. La vida eterna no es un problema, sino un misterio que hay que vivir; y la muerte, lo mismo.

Jesucristo es el único salvador; así respondió el apóstol Pedro a las autoridades: «Quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta éste sano ante vosotros» (Hch 4, 10). Por este nombre, nuestra hermana Paloma está resucitada.

Jesucristo «es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular» (Hch 4, 11); así lo hemos rezado con el Salmo 117. 

«No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (Hch 4, 12).

4.- Fiarse del Señor

Según el Evangelio proclamado hoy los apóstoles se embarcaron para pescar, pero aquella noche no cogieron nada (cf. Jn 21, 3); a pesar de ser expertos y peritos en pesca, porque era su trabajo profesional. 

Al amanecer se presentó Jesús en la orilla y les preguntó: «¿Tenéis pescado? Ellos contestaron: No» (Jn 21, 5). Les indicó que echaran la red a la derecha de la barca y pescaron multitud de peces (cf. Jn 21, 6). 

El Señor nos enseña que hemos de fiarnos de él, aunque no comprendamos muchas cosas. Ante el misterio quedamos atónitos y sin respuestas muchas veces. Cuando obramos según nuestra pericia, no siempre obtenemos buenos frutos; pero cuando nos fiamos de Dios, claramente obtenemos resultados excelentes. Tal vez nos falta un poco más de fe y de confianza en el Señor. Tengamos presente que fe, esperanza y amor son las tres virtudes teologales, que se nos regalaron en el bautismo y van juntas; no se pueden separar.

No es fácil, queridos María del Carmen, Juan y familia, aceptar la muerte de un ser querido; máxime si es una hija. Pero el Señor tiene sus planes, que nosotros no conocemos y por eso quedamos desconcertados y desconsolados humanamente hablando, puesto que no entra en nuestra lógica humana. No es normal ni lógico, según nuestro pensar humano, que un hijo muera antes que sus padres; ésta es la lógica humana, pero no son los planes de Dios. 

5.- Jesús reconforta a sus discípulos con su presencia

Cuando los apóstoles acercaron su barca a la orilla, Jesús ya les esperaba con un pescado puesto encima de unas brasas y pan (cf. Jn 21, 9). Jesús no cogió peces de la pesca; pensemos que este alimento no era el resultado de la pesca abundante (cf. Jn 21, 11); sino el ofrecimiento gratuito del Señor, que siempre va por delante y toma la iniciativa.

El Señor resucitado reconforta a sus discípulos con su presencia y con su alimento: «Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado» (Jn 21, 13). En la eucaristía Jesús nos reparte su pan, como lo hizo en la última Cena (cf. Mt 26, 26), signo de su Cuerpo entregado en la cruz.

Esta tarde también nos reconforta a nosotros de nuestro dolor y de nuestras penas. El Señor resucitado se hace presencia sanante, reconfortante e iluminadora. 

Pedimos a Dios que acoja a nuestra hermana Paloma en su reino de luz y de paz; y a nosotros nos siga alimentando la fe, la esperanza y el amor. 

Y a la Santísima Virgen María pedimos su intercesión maternal para que nos acompañe llevándonos de su mano en esta vida terrena hasta llegar a las moradas celestes, que son nuestro final de viaje, nuestro último objetivo, donde Paloma ya ha llegado. ¡Que el Señor la resucite con él! Amén.