Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía celebrada el 7 de junio en la Casa del Sagrado Corazón (Cotolengo) con motivo de la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús

FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

(Casa del Sagrado Corazón-Málaga, 7 junio 2024)

Lecturas: Os 11, 1.3-4.8-9; Sal: Is 12, 2-6; Ef 3, 8-12.14-19; Jn 19, 31-37.

1.- Celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en esta Casa que lleva su nombre, en la que se acoge a las personas más necesitadas y sin recursos, que no reciben atención ni ayuda de ninguna institución. 

El Señor nos concede el regalo de acogerlos como si fuera Él en persona, tal como nos ha dicho: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado» (Lc 9, 48). Estamos acogiendo a Cristo en la persona de niños, ancianos, enfermos, necesitados.

Jesús acogió en su vida terrena a las personas enfermas, desgraciadas, despreciadas por la sociedad, descartadas, apartadas y olvidadas, porque su Corazón es la máxima expresión humana del amor divino, símbolo por excelencia de la misericordia de Dios, que siente compasión por el ser humano y se acerca a él para sanarle y elevarle en su dignidad. 

2.- Jesús nos invita a que nos acerquemos a Él: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11, 28-29).

Jesús nos invita a descansar en su corazón; y de ese modo, otros también podrán descansar en nuestros corazones.

El Señor siempre entra en contacto con la miseria humana para transformarla en bondad. No tiene miedo de acercarse al leproso, al enfermo y a toda persona necesitada. 

Como dice el papa Francisco: “¡No tengamos miedo de acercarnos a Él! ¡Tiene un corazón misericordioso! Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, Él nos perdona siempre. ¡Es pura misericordia! No olvidemos esto: es pura misericordia ¡Vayamos a Jesús!” (Angelus, Vaticano, 9.06.2013). Igual que Él acogía a todo el mundo, también nos acoge a nosotros. Vayamos a Jesús, a confiarnos en Él. Como nos enseñaron desde pequeños digámosle: “Sagrado Corazón de Jesús, (y los fieles responden:) en vos confío”.

3.- San Juan nos narra en su evangelio que, estando Jesús en la cruz los soldados, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas (cf. Jn 19, 33), «sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua» (Jn 19, 34). Del corazón de Jesús, Cordero inmolado en la cruz, brota el perdón y la vida para todos los hombres. 

El Corazón de Cristo es un corazón abierto por la lanza del soldado. Está roto de amor; está abierto por amor, a causa del pecado de toda la humanidad, porque no es correspondido, como le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque en sus apariciones: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”. 

4.- ¿Cuál es la característica del Corazón de Jesús? Que está “abierto y traspasado”. Cuando el corazón está “entero”; es decir, cuando nos lo reservamos para nosotros, cuando no amamos, cuando no sufrimos, nuestro corazón no es fecundo. Recordemos el refrán que dice: “Si no quieres sufrir, no ames”; porque el que ama, sufre. Y sigue el refrán: “Pero si no amas, ¿para qué vivir”? Si no quieres tener un corazón roto, no ames; pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?

El signo del Corazón abierto de Jesús, debe ser nuestro modelo. Nuestros corazones deben estar abiertos, que sufren, que sangran, que lloran. No tengamos miedo a eso, porque es lo normal. Pero un corazón bien compuesto, enterito, que no sufre, ni ama, ni siente, ¿para qué sirve?

El Corazón de Jesús es un corazón que sigue amando y desea que los hombres le amen y se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor. Es un Corazón que triunfa por amor en los corazones de quienes lo acogen y corresponden a su amor. Seamos nosotros de aquellos que saben corresponder al amor infinito de Dios.

5.- Nosotros somos fruto del amor. En primer lugar, hemos sido amados por Dios, que nos ha regalado la existencia a través de nuestros padres.

Sin embargo, nosotros no correspondemos adecuadamente al amor recibido de Dios; porque cada uno de nosotros hemos nacido con la herencia del pecado original y, además, añadimos los pecados personales a lo largo de nuestra vida. Eso son “desamores” al amor de Cristo.

El pecado es desamor y no corresponder a Dios que nos ama; pecado es hacer la propia voluntad, dar la espalda al Amor, preferir nuestro deseo, aceptar nuestra norma en vez de su voluntad expresada en los mandamientos. 

6.- Pero Dios es nuestro Padre, que nos ama y nos engendra a su vida divina, dándonos su gracia, a pesar de que la criatura humana rechaza muchas veces ese don, cortando la vida que viene de Dios y eligiendo la muerte. Si cortamos el cordón umbilical que nos une al Corazón de Cristo, elegimos la muerte.

Cristo siempre sigue amando y, aunque le hayamos ofendido, nos perdona por su gran misericordia. Su amor es una continua misericordia con nosotros, un derroche de perdón y de bondad, que nos va sanando del pecado, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad, como dice san Pablo: «Hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 13). Él es nuestro modelo de amor y de comportamiento. Estamos llamados a vivir la plenitud en Cristo.

7.- El Corazón de Cristo se sitúa en centro de la relación de Dios con la criatura humana. Dios Padre nos ha dado a su Unigénito, su Hijo amado, como el don más precioso: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

Lo ha realizado para cada uno de los seres humanos de manera personalizada: «Me amó y se entregó por mi» (Gal 2, 20). A veces se nos escapa esta dimensión personal, pensando que Cristo ha redimido la humanidad en general; pero Él ha dado la vida por mí, por ti, por cada uno de nosotros.

Y «ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 30).

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es ocasión propicia para agradecer el amor de Cristo, que se nos regala sin medida, con el que siempre contamos y que nunca falla. Esta fiesta nos invita a reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad. También es buena ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean y que todos podamos decir: “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío” (los fieles responden la frase final).

8.- Pedimos al Sagrado Corazón de Jesús que continúe ofreciéndonos la misericordia y el amor del buen Padre-Dios; y que nos permita seguir acogiéndole a Él, al cuidar y acoger al hermano necesitado, porque lo que hacemos al hermano, lo hacemos al mismo Cristo.

En comunión con la Iglesia universal nos unimos hoy a la Jornada mundial de oración por la santificación de los Sacerdotes, pidiendo al Señor que conceda la santidad a los que Él ha elegido para el ministerio sacerdotal. Pidamos para que el Señor nos regale sacerdotes santos, sabios y buenos, que nos ayuden en el camino hacia la vida eterna.

Y pedimos la intercesión de la Virgen María, que supo corresponder al Amor de Dios, de manera fiel, gozosa y plena, para que nos ayude a saber amar a Dios y a los hermanos. Repetimos todos: “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío”. Amén.